jueves, 17 de diciembre de 2009

Pompa y circunstancia (postal de una Lomas del Mirador)

He visto a un hombre al atardecer
que intrigado por el ruido de los árboles
se arrojó a un patio cualquiera con movimiento de pez.
He visto salir del patio a una mujer que se arrancaba los pelos
y convertía todo lo que miraba en una piedra candente.
He visto multiplicarse a esa piedra hasta posarse trémula
sobre cada habitante.
El peso del silencio sube por los testículos y estalla en el aire invadiéndolo todo.
Camino como un sobreviviente a una gran catástrofe tal vez buscando cráneos
o piernas o torsos mutilados, parándome en cualquier esquina,
examinando cada auto abandonado.
Qué raro se puso el barrio, pienso, hasta que del fondo de las baldosas
brotan unos guardianes del orden
que me dan a elegir entre el destierro o la muerte.
Yo busco explicaciones más fuertes que el rodillazo en el estómago
o los garrotes de la averiguación de antecedentes.
Una multitud me escupe
hasta que llega mi madre
con su paz y su sonrisa como ajena a este mundo.
La he visto limpiar la sangre de mi boca
y luego agitar el pañuelo
con un gesto iracundo.
Los he visto a todos devorando mi carne
antes de bailar con el canto de sirenas.
Los he visto celebrar al caer la guillotina de la tarde.
¿Es que acaso mi verdad no vale?
Se me da por decir antes de ese puñetazo
de oficio que me llenó de promesas.
Canto somnoliento:
Lomas del Mirador me dio amor,
Lomas del Mirador me dio amor,
Lomas del Mirador me dio amor,
Lomas del mirador me dio amor.
Yo creo en lo que siento,
yo creo en el amor.
He visto al miedo salir de traje a la calle
pegado a las paredes
sospechoso de su sombra.
He visto a la inocencia corriendo de un lado a otro
con un fusil en la mano.
He tenido conciencia ni bien el terror me sujetó del cuello
y me lanzó al corazón íntimo del desastre.
Lomas del Mirador me dio amor
(y una moral de vampiro que me rompe a pedazos).

miércoles, 16 de diciembre de 2009

otro poema de amor (con muerte).

Mi corazón de a ratas golpetea sin pietá (trac trac trac trac)
ala luzde la cuna de arratas aúlla
hasta que unárbol cae
sobre el cráneo del decimotercer amor
amanece otro Tártaro
Todos los días la misma historia
todos los días la misma histeria
“estoi cansaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa de que te cuelgues así!!!!!”
Amo al árbol
y su brazo puntiagudo pa´abrazarte elequeleto
mientrase flota
mientrase frota
mientra la flota se aleja
desos pensamientos
que brotan desus sesos desprolijo - enel jardín
quiero queme deje avierto el mar
mi corazón de a ratas
siente que del otro lado de su cuerpo (yerto)
la vida
(( ay! esa convulsión
esa compulsión))
tiene algo pa´ decirme

“he aquí mismo tu último reino: falo-cetro
sobre el día y la noche.
tienes el gobierno de la muerte”.

Me tumbo enese reino
que mira con ojohueco – alin finito.
He visto su gesto
y la crisis de un imperio
en su cabello insangrentao:



“NON SONO MAI STATO TANTO ATTACCATO ALLA VITA!”

Un amor para Giorgio

I


Zozobra del espíritu en los atardeceres:
un llanto por el recuerdo de una calle gris que desemboca
en infinitas calles
con infinitas casas
de infinitas habitaciones
e infinitas ventanas
que se adentran en el espejo de su retina
que es un callejón oscuro de Londres
en cuyo final hay un ojo
mirando todas las cosas del universo.
Zozobra del espíritu al amanecer:
un llanto al comprobar que ama demasiado la vida
y no queda tiempo que perder,
hay que vivirla, excitarla, exprimirla
en sus recovecos mas turbios
en sus explosiones mas intensas
en las emociones mas duramente eficaces para el hecho poético.

Zozobra de los espíritus un día cualquiera:
una mueca adusta al intercambiar palabras que creían abandonadas en la llovizna

Tal vez sólo una fantasía y se detuvieron a escuchar.
Silencio.
Risa.
Aturdimiento.
Se detuvieron a escuchar.
Uno elevó sus párpados
al cielo;
recitó Keats de memoria.

Ella persuadida de que no hay gesto tan parecido a la muerte. Feliz por la tristeza, que más da.

Esperaron absortos el desarrollo impredecible de esto que tal vez sucedía
sólo en ellos, o sea, en todo el mundo en un mismo instante.

Se desearon sin mirarse.
Él con una navajita inútil apretada en un bolsillo
(que le traía recuerdos del padre
y caricias de la madre).
Ella dibujando figuras invisibles en el suelo.
El tiempo se había extinguido
Ella se buscaba en lo ingrávido.
Él en el coraje que de tan profundo
parecía inalcanzable.


Velos de melancolía cubrían sus rostros
cuando al verse, por fin,
sintieron que el suelo era un hondo hueco bajo sus pies.
Síntomas de la finitud del hombre la conmoción
la espontánea crisis de la memoria,
el vértigo de la experiencia,
los agujeros en pleno corazón del conocimiento.
Síntomas del carácter finito y paradoja del estar vivo aún
cuando el estupor suspende todo indicio de vigor
y deja en la conciencia una incertidumbre.
La melancolía invadía cada fibra de sus cuerpos.
Llovía.
Era la repetición infinita de un acontecimiento
predeterminado en una temporalidad
distinta a la humana
(olvidó a una señorita de Madrid,
a una muchacha del Buenos Aires de su niñez).
Era algo que susurraba su nombre en un rincón oscuro
de su alma,
con anhelos de muñeca decapitada,
con palabras como desgarramientos
sobre la mortaja de su identidad.
(Ella que reconocía un poema en cada lágrima vertida).
Uno tenía respuestas. Una más infalible que la otra.
La tiranía del miedo lo asediaba con preguntas.
No era cuestión de sentir.
Suspiró desconsolado.
La otra no buscaba respuestas, sino un motivo de vida
que diera a luz una posibilidad poética.
Escritura del yo.
Era cuestión de sentir.
Consuelo en los suspiros.
La sensibilidad taimada la acorralaba con puntadas.
Se miraron durante un minuto.
Se miraron quizás para siempre.
El amor encadenado a los troncos podridos de la memoria

Desearon ardientemente
por una representación
desplegada en la figura del otro.
Abandono.
Partieron bajo el lluvioso cielo.
Y todo el resto no fue literatura.

Torvo viejo cuervo profético
dijo ella mientras pisoteaba tumbas diminutas.
Mujer de arcana mirada
Sherezade
traicionada por una mudez
hecha de enigmas impronunciables
barruntó él.
Ella tomó su mano no sin sentir una leve sublevación en su propia garganta.
Él apenas vaciló
dispuesto a evocar
a recordar
un pedazo de existencia
una lectura entre huellas y huellas
sobre gotas crepusculares y arrullos de voces oníricas.
Colocóse excesivamente inteligente.
Ella se aguantó con ganas el llanto.
Él enfatizó sobre el color de las nubes
posadas sobre los laberintos.
Tronó todo el cielo.
Ella aprovechó el fenómeno como un guiño
o señal.
Con una fuerza fingida se olvidó de ella misma;
preguntóle acerca de su actividad sexual.
Él se indignó buscando palacios derruidos
en cuadrículas de suelo

Colocóse excesivamente energúmeno.
Ella sonrió sin que él la percibiera.
Ella extraviada le susurró “vamos”.
Oh.
Algo cercano a la repugnancia turbó su pensamiento
y redujo aún más su encorvado cuerpo.
No obstante sintióse joven como nunca lo había sido.









II


Un albergue
cuyo frente
le recordaba a las mayólicas
de un lupanar en Burdeos
que visitó (así dijo) en el sigloXIX.
Se lo vio casi alegre,
casi extático.
Un hombre en la entrada se le figuró como un rudo marino
que tuvo el desagrado de conocer.
Volvió la mirada.
El marino lo observaba curioso
y para nada desafiante.
Ella pidió habitación.
Lo condujo hacia ella como las putas carnosas
solían empujar hacia la calle
a los juerguistas ebrios.
Como aquellas, ésta lo atisbó de arriba a abajo
y procedió a contarle su vida
sus deseos
sus amores
sus fracasos.
Buscó su voz
entre los caballitos alados de la congoja
los venablos del llanto
y la siempre fulgurante
armadura de la palabra suicidio.
Sin embargo él se puso de pie.
Elevó la vista.
Múltiples ventanas reflejaban
en lo alto sus propios cuerpos.
Se vió deseperado,
con ganas de luchar
trémulo y opaco
como lo ponían los fantasmas
que en el bajo
hacían depender su destino de una hoja de cuchillo.
Un laberinto.
Todos los espacios del universo
concentrados en un único espacio
de vivos ojos inmóviles,
quizás.
Ella, entre carcajadas y convulsiones de llanto
comenzó a desvestirlo.
La lluvia no cesaba.
La melancolía cubríalo todo como una niebla.
¿Alguien dijo algo? Ávidas manos se disponían ante las hojas.
Él, tumbado y abandonado, musitó:
“…los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”.

Afuera llovían.
Poetas malos.
Poetas mediocres.
Poetas malos.
Poetas mediocres.
Poetas malos.
Poetas mediocres.

La vida es.
Hombres de imaginación enjuta.
Hombres amocosados por el aburrimiento.
La vida es.
Afuera llovían.
Poetas malos.
Poetas mediocres.
Poetas malos.
Poetas mediocres.
Poetas malos.
Poetas mediocres.


Afuera llovía.

Vos.
Usted.
Yo.

Lector hipócrita.

Afuera llovía.

sábado, 5 de diciembre de 2009

BUENA NUEVA

A comienzo de semana
tenía dos poemas para corregir.
A mitad de ella me diagnosticaron
cáncer de pulmón.
Al final de la semana
tenía tres poemas perfectos y sublimes.

OPIÁCEO

Conversaban sobre el amor
restos de cigarrillos con ojos de cometa
un saxo tenor emergente del humo
una estatua que lloraba whisky por los niños ricos del mundo
seis pastillas de codeína.
Van dos horas y media.
Nadie trate de entender esto.
“Hay cosas de las cuales nadie habla”
Tres.
Sobre el amor y el maldito mundo
en otro vientre diminuto de cadáver. Odiado y envenenado
con gestos de madre
protectora.
Procuren no entender nada de todo esto.
“Hay cosas que parecen ignorar todo aquello que no trate de ellas mismas”
“Dos seres que conforman toda la población de un planeta permanentemente amenazado”.
“Lo que está afuera siempre conlleva algo destructivo por su propia esencia”.
“No hay nada mas inocente e implacable”.
“Por supuesto que también el dolor nos devuelve la vida, pero a diferencia de éste, nada pregunta…y existe por sí misma, como si de la nada surgiera, como si tampoco
la vida fuera”.
Nadie trate de interpretar algo en esto o de arriesgarse a saber de qué diablos estoy hablando.
Tres horas y media.
Un perro me habla en mi idioma.
“Tsssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss” hace el mundo cuando se detiene.
Y todos miran asombrados.
Despiden los párpados al cielo o los sepultan metros bajo tierra para que no puedan volver.
Con el silencio todos quieren entender, como los que se sinceran con la lluvia.
Las horas que se arrojan una tras otra.
La muerte es como si se estuviera fuera de ella.
Ahora traten de entender.
Una cabeza cae rebotando en las escaleras.