I
Devuelto al mundo con una verga carcomida,
pensé en hacerme un artista brillante.
Andaría por las calles
exhibiendo mi arte a un público inocente
que brotaría como hormigas de la memoria.
Llevando mi verga carcomida con una mueca de satisfacción
haría inmortal en las personas el gesto,
la crispación,
el tropiezo
o todas las reacciones del instinto de supervivencia.
Diría en mi interior cosas como “mírenme la verga y pónganse a bailar, inmundos”
y les cerraría el paso como una nube repentina
o como un vals estallando desde la boca de las tiendas.
Los más reaccionarios me empujarían, y yo, con enorme complacencia, trataría de acomodarme con un movimiento tan eficaz que me devolvería a plena tierra.
Entonces, besaría sus zapatos o me arrojaría a sus rodillas invitándolos a observar el suelo hasta sentir la cercanía de un destino mucho más real que el que prometen las estrellas.
II
Podrida la verga y dispuesto el cuerpo como un azotado,
cargaría una montaña sobre los hombros,
y sólo miraría el cielo para reírme de los que buscan la lluvia o la belleza para endulzarse la existencia.
Me pondría ante sus ojos como un horizonte de papel y les diría ampulosamente;
“¡óiganme carajo, que alguien tenga el valor de darme de comer!”
y les mostraría una sonrisa llena de una costra parecida al retrato de un héroe, madre, esposa o hijo bien tratado.
III
Oiga, señora, cuánto me halaga con su espasmo,
cuánto me emociona con su llanto,
cuán vivo me siento con ese licor rosado
manando de sus labios.
No es para tanto, a veces pienso.
Usted me pone contento.
Perdón por la certeza.
Si no la miro a los ojos es porque me da dolor de cuello,
no es mi culpa,
no se tape,
no me insulte,
no se vaya.
Entienda que solamente soy un hombre que dedica su vida al arte.
Míreme la verga,
míreme la espalda,
son mis mejores obras maestras.
Me siento orgulloso de ellas.
Sepa que nace un genio entre millones,
y yo le digo,
tóqueme la verga,
siéntese en mi espalda,
siéntase feliz de ser tan humana.
¿Qué? ¿Qué cosa?
¿Qué representa mi arte?
Bien, se lo diré;
Soy el hombre hecho a imagen y semejanza de lo divino.
Represento la imperfección de un dios demente y moribundo
caído al mundo con espanto.
Soy el límite de la representación que anuncia la muerte de dios
y la libertad del hombre para arrancarse los ojos una vez comprendida
la magnitud de la sabiduría.
IV
Podrida la verga,
henchida la espalda y abundante la baba,
una vez consagrado artista daría largos discursos sobre el amor,
las enfermedades venéreas del verbo y las relaciones públicas del alma.
V
Siendo ya una celebridad entre los mortales exigiría una ciudad
hecha a imagen y semejanza de mi arte.
Itifálico emblema clavado en un vientre cuyas vísceras
traerían el hedor de la esperanza.
Abultados edificios dispuestos al viento como camillas
sin muertes ni alboradas.
VI
Siendo ya una celebridad, señores, ofrendaría mi arte
en un rito orgiástico en donde los anhelos de inmortalidad
se nutrirían con el semen y la sangre de mi verga agonizante.
Ofrecería la curva de mi espalda para reconocimiento del hambre
y su mastín asalariado.
Consagrado el arte de la putrefacción y lo deforme como mimesis del hombre
en su estado auténtico,
abriría mi corazón de Tántalo
y haría llover la ambrosía de mi sexo enfermo sobre el apetito
insatisfecho del tiempo,
de la muerte,
del horror,
de la pasión
por lo real
y su ojo de vidrio
que llora
verdades a medias.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
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