Eran bellas tus manos, bien lo recuerdo.
Un ave fénix mientras ardía la leña o un búho oculto en pleno monte de la noche.
Bien lo recuerdo.
¿Te acordarás igual vos, allá, quién sabe dónde, quien sabe cómo?
¿Te acordarás?
A menudo un leve brillo asaltaba nuestra vigilia y yo veía tus dedos penetrando el aire como un certero escuadrón de la muerte.
AAAhhhh, qué lindos momentos aquellos
de las luchas imaginarias.
Lo recordarás, imagino.
Un hombre inmenso armado hasta los huesos que, sin embargo, se queda mirando, severo, inmóvil, como quien apenas existe.
No sé, yo también imagino.
Cuatro elefantes al frente.
Cuerpos fragmentados.
Saetas zumbando.
Una vida que se encoge hasta caber en solo cuatro segundos.
No sé, yo te escuchaba.
A veces era tan hermosa tu idea de destruir el mundo.
Eras mi poeta favorita…
y en vos nacían grandes planes políticos.
A mitad de la noche; roja sangre la luna, mi querida madre de las Furias.
Vos en el centro de todo con arcano gesto.
Tus brazos concertando el fragor de las armas, el golpe seco en la tierra, el estridente alarido más eficaz que cualquier palabra.
Verdaderamente encantador.
Cuán humana estabas en aquellos paisajes.
A veces enumerabas a los caídos .
Los contemplabas atentamente.
Miles de ellos.
Todos distintos para vos.
Todos ajenos a la naturaleza.
Todos arrancados de cuajo de lo que es en sí misma una pura esencia.
¿Algún otro espectáculo mejor que el de la muerte?
¿A alguien se le ocurre?
Eras demasiado humana y maravillosa como para no tenerte así a mi lado,
acariciándote suavemente como si me convirtiera en brisa,
susurrándote inocente como si me convirtiera en río.
(¿Qué? ¿Qué cosa?
…sí, como si me convirtiera en río, o en mar, o bien en cascada…
¿Cómo?
Recorriendo tus brazos que se crispaban.
Recuerdo.
Que se agitaban, si.
¿Dónde?
No quiero decirlo.)
Pálida y radiante.
Estabas tan hermosa tratando de persuadirme de que teníamos de rehén al tiempo,
de que podíamos sujetar a la gente de los pies,
de que podíamos lanzarlas para ver si alcanzaban las estrellas.
Era tan bella tu boca, bien lo recuerdo,
reías como un sosiego en plena marcha del mundo.
No creo que recuerdes eso.
Sean tus sonrisas una puerta, tumba, revelación, abismo en plena calle del mediodía,
tus pelos sólidas rejas,
tus ojos el punto culminante de todo lo viviente,
no somos para nada trascendentes.
Dios se apiade de mi alma.
Buscaste un placer perdido en las esquinas de un laberinto.
Dios se apiade de tu alma.
Sea el pacto entonces dijimos.
Vos retumbaste en algún rincón de una metáfora
como para que la humanidad entera acudiera a sostenerte.
Yo contemplé la punta de mi lengua con un horror ligero o cansado.
Dios se apea de estas armas.
domingo, 2 de agosto de 2009
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